lunes, 22 de noviembre de 2010

Lento viaje a la vida

(Reseña publicada en el suplemento Radar Libros del diario Página/12)

Por Sebastián Basualdo

Ganarse la vida no sólo hace referencia al trabajo y el dinero. De esa cotidianidad forjada día a día trata la novela de Ignacio Molina.

Si bien Los modos de ganarse la vida es la primera novela de Ignacio Molina, los notables cuentos que integraron Los estantes vacíos (Entropía, 2006) ya daban muestras de que nos encontrábamos frente a un narrador cuyo dominio en la técnica narrativa excedía los parámetros del realismo minimalista, logrando una vuelta de tuerca al género y sobre todo a sus limitaciones. Una vez más, el escritor nacido en Bahía Blanca retoma esas descripciones íntimas y minuciosas, pero esta vez desde la perspectiva de un joven cuya relación con la realidad parece un inventario preciso de todo aquello que conforma su cotidianidad y que, llevado al límite, se convierte inevitablemente en una gran metáfora de la sensación de soledad que provoca vivir en un mundo vulnerable que cambia pero mucho más lentamente que en la vida real (por ejemplo, en la novela los cassettes conviven aún con Internet), a finales de una década, con una adolescencia tardía a cuestas y un sentido de la vida adulta todavía desdibujado por una ciudadanía que no se reconoce ni en lo político ni en los valores propios de una sociedad de consumo.

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El oficinista

(Reseña publicada en la revista Veintitrés)

Por Diego Rojas

Primera y notable novela de Ignacio Molina

La vida es esa construcción que se realiza día a día, noche a noche, en la que el paso del viento de la historia o el acto que marca a los héroes forman parte de lo excepcional, del acontecimiento que se realiza como tal sólo mediante la delimitación del rito de lo cotidiano. Sin embargo, toda vida es excepcional. Así lo demuestran las páginas de Los modos de ganarse la vida, primera novela de Ignacio Molina, que se detiene en la cotidianidad de sus protagonistas: jóvenes que avanzan –o que ya ingresaron, pero de todas maneras no lo podrían asegurar– hacia la madurez que requiere la vida adulta, que realizan ese avance sin estridencias, tal vez sumergidos en el tedio. Sin embargo –y a diferencia de cierta literatura actual que, para describir el tedio, lo hace a través de páginas tediosas–, la rutina de los personajes se nutre de la vitalidad de los detalles de tal modo que cada acto, por pequeño que sea, se transforma en un núcleo narrativo muy dinámico. El texto se estructura a través del relato en primera persona de un joven oficinista sumergido en una vida de pareja que no puede disimular su crisis –aunque lo intente–, una voz que no sólo acierta en definir cada parcela de su circunstancia a través de una ágil y la vez obsesiva descripción, sino que atrapa en la narración de la habitualidad. Un intermedio –no tan logrado– interrumpe a esa voz con otro relato de la vida cotidiana de una pareja amiga para regresar en la última parte a la cotidianidad del protagonista central. Molina acierta a la hora de que lo no dicho se convierta en una parte activa de la narración y permite que el relato urbano de la rutina adquiera esplendores de una aventura suave y sencilla, como la vida.

"La pareja es la relación más deshonesta que existe"

Entrevista de Patricio Zunini para la web de Eterna Cadencia.
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25 preguntas

Entrevista "las 25 preguntas" de Juan Terranova.
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Un gran modo de ganarse la vida

Entrevista de Pablo Miravent para el periódico Infosuárez.
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Las palabras y las cosas

(Reseña publicada en la revista Ñ del diario Clarín)

Por José Villa

Luego de un libro de cuentos, Ignacio Molina se propone hablar del desorden en su primera novela

Lo primero, o lo esencial, que este relato propone es el tema del desorden de la realidad y el orden de la narración. La meticulosidad del narrador, la primera persona gramatical casi constante, organiza un recorrido que casi siempre es exterior, con alguna que otra elipse o cambio de punto de vista, que aun siendo muy leves, son importantes si se tiene en cuenta que el relato es muy liso. Los modos de ganarse la vida, primera novela de Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), quie publicó Los estantes vacíos (cuentos, 2006), Viajemos en subte a China (poesía, 2009) y Tribus urbanas (ensayo, 2009), propone un minucioso desplazamiento por la vida cotidiana fijando cortes en la percepción y trazos para la interpretación. Las palabras quieren reflejar ni más ni menos que el hecho: si se fuma marihuana, sólo se fuma marihuana, no provoca mayor efecto que el acto de decirlo. El recorrido del narrador protagonista es el del joven y adulto ciudadano medio de la gran urbe (Buenos Aires): calles, bares, oficinas, dudosos amigos, amantes, esposas, continuo relato del desapego. No obstante, hay una serie de equidistancias y comparaciones, observaciones que viajando por el vacío de la narración finalmente se casan con otra. Cada tanto, el relato se cierra y, principalmente, se fija, aunque el intento sea el de constituir una narración “pura”, con poca escena: cada tanto ocurre que, por acumulación, empiezan a emerger nombres propios bastante convencionales (de novela natural) y objetos del consumo, sucesos mediáticos o episodios que afectan cierto tono sentimental del narrador. Uno termina preguntándose en qué papel se anotaron tantos hechos memorizados, en qué tiempo se escribe el relato y, por último, por qué el narrador oculta lo que oculta. Posiblemente, porque utiliza la narración para decir: yo no soy éste, cuando narra, y ésta es la verdad de la historia, cuando hay un silencio antes de que el relato vuelva.

Puntos de vista contrastados

(Reseña publicada en el suplemento Cultura del diario Perfil)

Por Patricio Feminis
En la combinación de intuiciones y temores, lo pasajero y lo inevitable, el asumir que sólo se puede dejar la rutina, tal vez, con fatalidad, está el peso de los miedos de ganarse la vida que ofrece Ignacio Molina en su primera novela: en tratar de ir más allá de las experiencias aparentemente nimias o contingentes de dos, tres, cuatro jóvenes (luego, algún otro, olvidado; alguien venido de Europa, uno de Mendoza; el que se quedó a pelearla en Buenos Aires luego de la crisis) entre los cuales oscila Los modos de ganarse la vida, con el buen oficio de quien sabe mirar lo cotidiano sin volverlo escándalo o artificio. El valor, aquí, está en los puntos de vista contrastados sobre el día a día cuestionado: un accidente podría detener las cosas o despertarlas; el amor podría irse, o una pareja reencontrarse; alguien, robar porque sí; un embarazo, ocurrirle a otra; unas vacaciones en la playa, tiempo muerto; un amigo de antes, recobrado, menos que nada.

Es la épica de lo particular, o sus posibilidades girando en las mentes correlativas de sus amigos -Luciano, Guillermo-: uno, contado en tercera persona; el otro, buscándose desde la primera, como puede, y cada uno lo que elige ver o irá viendo con su novia, con quien vive. ¿Demora uno en pensarse, en ponerlo en blanco? ¿Actúa, o está ahí para que las cosas ocurran? Molina no frena a su narrador para comprobarlo; no encierra intimidades en el tono del diario privado: el entorno y el mundo mismo debe modificarse con cada vínculo o decisión, como una compuerta abriéndose lentamente. No es casual que ciertos datos de contexto aparezcan sin muchas repercusiones directas en la trama: esa dificultad, en el relato, es la que han de vivir los personajes desde una ciudad grande y caótica, donde la rutina es fuga: algo más lejos, afuera -saben ellos-, podrían estar pasando otras cosas.

La naturaleza de lo cotidiano

(Reseña publicada en la revista The Gallery)

Por Cecilia Martínez Ruppel

En su primera novela, Los modos de ganarse la vida, el escritor y periodista Ignacio Molina desentraña los días y pensamientos de dos parejas comunes, pero particulares.

Leer un libro en el colectivo o en el subte, camino al trabajo, es parte de la rutina de millones de personas. Podría decirse que leer en el colectivo o en el subte Los modos de ganarse la vida, la primera novela de Ignacio Molina (1976), es como un cuadro dentro de un cuadro; la rutina dentro de la rutina, de personajes que podrían ser perfectamente como el lector promedio que viaja en el transporte público, buscando la salvación en la literatura. Porque desde el comienzo del relato, y también a lo largo, se sucede lo mismo, un ir y venir de acciones precisas y pensamientos que construyen una trama sencilla pero también densa, amena pero también confusa.

Dos parejas jóvenes son las protagonistas de esta historia, repleta de guiños locales. Un partido de fútbol entre amigos y conocidos, una pizzería porteña o la feria de libros de Parque Rivadavia pueden convivir con una playa en la costa, una cena entre parejas amigas, una borrachera solitaria en busca de respuestas o un viaje en tren una mañana soleada. Y todo eso, desde lo más cotidiano y agradable hasta lo más doloroso, sucede de la misma forma: naturalmente.

Con un ritmo que recuerda el estilo de otros escritores locales como Martín Rejtman, el tejidode las relaciones humanas crece hasta conformar un gran suéter que en momentos abriga, pero que en otros as fi xia.

El joven autor, oriundo de Bahía Blanca, ya publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (también por Entropía), el volumen de poemas Viajemos en subte a China (Pánicoel Pánico) y el ensayo Tribus urbanas (Kier). Además, administra el blog Unidad Funcional, trabaja como periodista y corrector de estilo y forma parte del colectivo literario El Quinteto de la Muerte. Con esta novela, tímidamente, Molina muestra que puede ser paciente y pescar en diferentes aguas para extraer de ellas diversos tesoros, disímiles pero también con un sello característico, que probablemente sea la nostalgia.

Llegás

(Recomendación de Fernanda Nicolini, publicada en la revista Llegás)

Como en su libro de cuentos, Los estantes vacíos, la prosa de Molina avanza en esta novela con cierto tono monocorde, mientras sus personajes -en este caso dos parejas en las que se irá alternando el punto de vista- entran y salen de sus casas, van a sus trabajos, se cruzan en la ciudad con otras personas, siempre sujetas a respetar la lógica de lo cotidiano. Hasta que algún detalle, alguna irregularidad, altera la supuesta apatía con la que se mueven y lo que parecía sencillo, ordinario, simple, se enrarece para mostrar lo extraño que puede ser lo más próximo.

(Puede leerse también acá)