(Publicado en No-Retornable)
Por Camila Fabbri
(...) La segunda novela de Ignacio Molina fue publicada bajo el sello Entropía. El primer libro del autor Los estantes vacíos también está a cargo de la misma editora. Los modos de ganarse la vida relata el día a día de dos parejas comunes situadas en un marco porteño. Molina sitúa los espacios barriales como si la descripción fuera inacabable; es esto lo que le da al relato el primer aspecto monótono y en un punto claustrofóbico, como si no hubiese posibilidad de salir de tanta costumbre, de tanto mismo edificio cada vez. Dentro, o en medio de esa estructura, conviven parejas que parecieran estar lejos de una dinámica amorosa. En la novela aparece la pareja como un acto de repetición, y lo claustrofóbico encuentra ahí también una forma posible. El libro está dividido en dos partes, en cada parte un lazo destruido: un vínculo amoroso. Dentro de esas partes acabadas aparece el tiempo, como si en realidad los personajes fuesen pretexto de la novela. Darle vida al tiempo, forma humana: es Los modos de ganarse la vida. Porque el tiempo en su estado puro es un vínculo y no otra cosa (...)
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Los modos de ganarse la vida
martes, 10 de enero de 2012
miércoles, 14 de septiembre de 2011
lunes, 9 de mayo de 2011
sábado, 11 de diciembre de 2010
Lo cotidiano, campo de batalla
(Publicado en el suplemento ADN del diario La Nación)
Por Daniel Gigena
En su primera novela, el argentino Ignacio Molina cuenta la historia de dos parejas y despliega sus relaciones amorosas en clave íntima y contenida
Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976) publicó en 2006 el volumen de cuentos Los estantes vacíos, con el cual Los modos de ganarse la vida comparte estilo narrativo y cierto repertorio temático. También es autor de los poemas de Viajemos en subte a China y de un manual sobre "culturas juveniles" titulado Tribus urbanas. En su blog Unidad Funcional, aparecen reseñas sobre sus libros, misceláneas y una singular defensa del kirchnerismo.
Dos amigos y sus parejas, Luciano y Guillermo y Cecilia y Marina, transitan casi siempre por un mismo espacio: Primera Junta, Caballito, Flores, Ramos Mejía, Caseros, el Centro. Quioscos, puestos de diarios, demasiadas pizzerías, paradas de colectivos, cuadras con luminarias descangayadas, albergues transitorios, barrios detenidos en los años setenta (la política asoma solamente en una consigna de esa época: "Libertad a los presos de Trelew") construyen un escenario que sobresale por su falta de atributos. De casa al trabajo y del trabajo a casa, surgen no obstante en esta chata topografía rodeos, desvíos, contratiempos que van desde fumarse un porro con dos desconocidos en una plaza porteña hasta sofocar una crisis amorosa con rondas urbanas. Como átomos con conciencia (y una ética elástica), los personajes van tejiendo redes que, pese a sus fisuras, configuran tarde o temprano redes de supervivencia en las que apenas se perfila el esbozo de una respuesta, una rendición o una revuelta íntima (separarse, reconciliarse, emigrar, embarazar a la novia de un amigo), en una ciudad hostil para adultos y jóvenes, solitarios y emparejados, desocupados y trabajadores.
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Por Daniel Gigena
En su primera novela, el argentino Ignacio Molina cuenta la historia de dos parejas y despliega sus relaciones amorosas en clave íntima y contenida
Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976) publicó en 2006 el volumen de cuentos Los estantes vacíos, con el cual Los modos de ganarse la vida comparte estilo narrativo y cierto repertorio temático. También es autor de los poemas de Viajemos en subte a China y de un manual sobre "culturas juveniles" titulado Tribus urbanas. En su blog Unidad Funcional, aparecen reseñas sobre sus libros, misceláneas y una singular defensa del kirchnerismo.
Dos amigos y sus parejas, Luciano y Guillermo y Cecilia y Marina, transitan casi siempre por un mismo espacio: Primera Junta, Caballito, Flores, Ramos Mejía, Caseros, el Centro. Quioscos, puestos de diarios, demasiadas pizzerías, paradas de colectivos, cuadras con luminarias descangayadas, albergues transitorios, barrios detenidos en los años setenta (la política asoma solamente en una consigna de esa época: "Libertad a los presos de Trelew") construyen un escenario que sobresale por su falta de atributos. De casa al trabajo y del trabajo a casa, surgen no obstante en esta chata topografía rodeos, desvíos, contratiempos que van desde fumarse un porro con dos desconocidos en una plaza porteña hasta sofocar una crisis amorosa con rondas urbanas. Como átomos con conciencia (y una ética elástica), los personajes van tejiendo redes que, pese a sus fisuras, configuran tarde o temprano redes de supervivencia en las que apenas se perfila el esbozo de una respuesta, una rendición o una revuelta íntima (separarse, reconciliarse, emigrar, embarazar a la novia de un amigo), en una ciudad hostil para adultos y jóvenes, solitarios y emparejados, desocupados y trabajadores.
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La vida es una moneda
(Publicado en el blog Ría Revuelta)
Por Matías Matarazzo
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976 y desde 1992 vive en Buenos Aires. En su infancia y adolescencia jugó al básquet en uno de los 21 clubes que desarrollan ese deporte en la ciudad, Napostá. Cientos de veces habrá tomado los colectivos bahienses, las 500, que te dejan a pocas cuadras de tu destino o habrá comprado caramelos en kioscos de barrio, atendidos por sus dueños. En su primera novela Los modos de ganarse la vida (Entropía 2010), esos usos del espacio público, tal vez más humanizados, dejan lugar a un relato que se estructura al ritmo de los grandes centros urbanos donde la vida también es papel de cambio.
Así como comprar cigarrillos en un kiosco, pagar el pasaje de colectivo o negociar con el canillita un diario de hace dos semanas son los intercambios comerciales más básicos a los que nos somete la vida cotidiana; hablar de fútbol con un compañero, pedir empanadas por teléfono en la misma rotisería todos los viernes o cederle el asiento a una embarazada, son los intercambios humanos más elementales.
(Para leer la reseña completa, clickear acá)
Por Matías Matarazzo
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976 y desde 1992 vive en Buenos Aires. En su infancia y adolescencia jugó al básquet en uno de los 21 clubes que desarrollan ese deporte en la ciudad, Napostá. Cientos de veces habrá tomado los colectivos bahienses, las 500, que te dejan a pocas cuadras de tu destino o habrá comprado caramelos en kioscos de barrio, atendidos por sus dueños. En su primera novela Los modos de ganarse la vida (Entropía 2010), esos usos del espacio público, tal vez más humanizados, dejan lugar a un relato que se estructura al ritmo de los grandes centros urbanos donde la vida también es papel de cambio.
Así como comprar cigarrillos en un kiosco, pagar el pasaje de colectivo o negociar con el canillita un diario de hace dos semanas son los intercambios comerciales más básicos a los que nos somete la vida cotidiana; hablar de fútbol con un compañero, pedir empanadas por teléfono en la misma rotisería todos los viernes o cederle el asiento a una embarazada, son los intercambios humanos más elementales.
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lunes, 22 de noviembre de 2010
Lento viaje a la vida
(Reseña publicada en el suplemento Radar Libros del diario Página/12)
Por Sebastián Basualdo
Ganarse la vida no sólo hace referencia al trabajo y el dinero. De esa cotidianidad forjada día a día trata la novela de Ignacio Molina.
Si bien Los modos de ganarse la vida es la primera novela de Ignacio Molina, los notables cuentos que integraron Los estantes vacíos (Entropía, 2006) ya daban muestras de que nos encontrábamos frente a un narrador cuyo dominio en la técnica narrativa excedía los parámetros del realismo minimalista, logrando una vuelta de tuerca al género y sobre todo a sus limitaciones. Una vez más, el escritor nacido en Bahía Blanca retoma esas descripciones íntimas y minuciosas, pero esta vez desde la perspectiva de un joven cuya relación con la realidad parece un inventario preciso de todo aquello que conforma su cotidianidad y que, llevado al límite, se convierte inevitablemente en una gran metáfora de la sensación de soledad que provoca vivir en un mundo vulnerable que cambia pero mucho más lentamente que en la vida real (por ejemplo, en la novela los cassettes conviven aún con Internet), a finales de una década, con una adolescencia tardía a cuestas y un sentido de la vida adulta todavía desdibujado por una ciudadanía que no se reconoce ni en lo político ni en los valores propios de una sociedad de consumo.
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Por Sebastián Basualdo
Ganarse la vida no sólo hace referencia al trabajo y el dinero. De esa cotidianidad forjada día a día trata la novela de Ignacio Molina.
Si bien Los modos de ganarse la vida es la primera novela de Ignacio Molina, los notables cuentos que integraron Los estantes vacíos (Entropía, 2006) ya daban muestras de que nos encontrábamos frente a un narrador cuyo dominio en la técnica narrativa excedía los parámetros del realismo minimalista, logrando una vuelta de tuerca al género y sobre todo a sus limitaciones. Una vez más, el escritor nacido en Bahía Blanca retoma esas descripciones íntimas y minuciosas, pero esta vez desde la perspectiva de un joven cuya relación con la realidad parece un inventario preciso de todo aquello que conforma su cotidianidad y que, llevado al límite, se convierte inevitablemente en una gran metáfora de la sensación de soledad que provoca vivir en un mundo vulnerable que cambia pero mucho más lentamente que en la vida real (por ejemplo, en la novela los cassettes conviven aún con Internet), a finales de una década, con una adolescencia tardía a cuestas y un sentido de la vida adulta todavía desdibujado por una ciudadanía que no se reconoce ni en lo político ni en los valores propios de una sociedad de consumo.
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El oficinista
(Reseña publicada en la revista Veintitrés)
Por Diego Rojas
Primera y notable novela de Ignacio Molina
La vida es esa construcción que se realiza día a día, noche a noche, en la que el paso del viento de la historia o el acto que marca a los héroes forman parte de lo excepcional, del acontecimiento que se realiza como tal sólo mediante la delimitación del rito de lo cotidiano. Sin embargo, toda vida es excepcional. Así lo demuestran las páginas de Los modos de ganarse la vida, primera novela de Ignacio Molina, que se detiene en la cotidianidad de sus protagonistas: jóvenes que avanzan –o que ya ingresaron, pero de todas maneras no lo podrían asegurar– hacia la madurez que requiere la vida adulta, que realizan ese avance sin estridencias, tal vez sumergidos en el tedio. Sin embargo –y a diferencia de cierta literatura actual que, para describir el tedio, lo hace a través de páginas tediosas–, la rutina de los personajes se nutre de la vitalidad de los detalles de tal modo que cada acto, por pequeño que sea, se transforma en un núcleo narrativo muy dinámico. El texto se estructura a través del relato en primera persona de un joven oficinista sumergido en una vida de pareja que no puede disimular su crisis –aunque lo intente–, una voz que no sólo acierta en definir cada parcela de su circunstancia a través de una ágil y la vez obsesiva descripción, sino que atrapa en la narración de la habitualidad. Un intermedio –no tan logrado– interrumpe a esa voz con otro relato de la vida cotidiana de una pareja amiga para regresar en la última parte a la cotidianidad del protagonista central. Molina acierta a la hora de que lo no dicho se convierta en una parte activa de la narración y permite que el relato urbano de la rutina adquiera esplendores de una aventura suave y sencilla, como la vida.
Por Diego Rojas
Primera y notable novela de Ignacio Molina
La vida es esa construcción que se realiza día a día, noche a noche, en la que el paso del viento de la historia o el acto que marca a los héroes forman parte de lo excepcional, del acontecimiento que se realiza como tal sólo mediante la delimitación del rito de lo cotidiano. Sin embargo, toda vida es excepcional. Así lo demuestran las páginas de Los modos de ganarse la vida, primera novela de Ignacio Molina, que se detiene en la cotidianidad de sus protagonistas: jóvenes que avanzan –o que ya ingresaron, pero de todas maneras no lo podrían asegurar– hacia la madurez que requiere la vida adulta, que realizan ese avance sin estridencias, tal vez sumergidos en el tedio. Sin embargo –y a diferencia de cierta literatura actual que, para describir el tedio, lo hace a través de páginas tediosas–, la rutina de los personajes se nutre de la vitalidad de los detalles de tal modo que cada acto, por pequeño que sea, se transforma en un núcleo narrativo muy dinámico. El texto se estructura a través del relato en primera persona de un joven oficinista sumergido en una vida de pareja que no puede disimular su crisis –aunque lo intente–, una voz que no sólo acierta en definir cada parcela de su circunstancia a través de una ágil y la vez obsesiva descripción, sino que atrapa en la narración de la habitualidad. Un intermedio –no tan logrado– interrumpe a esa voz con otro relato de la vida cotidiana de una pareja amiga para regresar en la última parte a la cotidianidad del protagonista central. Molina acierta a la hora de que lo no dicho se convierta en una parte activa de la narración y permite que el relato urbano de la rutina adquiera esplendores de una aventura suave y sencilla, como la vida.
Las palabras y las cosas
(Reseña publicada en la revista Ñ del diario Clarín)
Por José Villa
Luego de un libro de cuentos, Ignacio Molina se propone hablar del desorden en su primera novela
Lo primero, o lo esencial, que este relato propone es el tema del desorden de la realidad y el orden de la narración. La meticulosidad del narrador, la primera persona gramatical casi constante, organiza un recorrido que casi siempre es exterior, con alguna que otra elipse o cambio de punto de vista, que aun siendo muy leves, son importantes si se tiene en cuenta que el relato es muy liso. Los modos de ganarse la vida, primera novela de Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), quie publicó Los estantes vacíos (cuentos, 2006), Viajemos en subte a China (poesía, 2009) y Tribus urbanas (ensayo, 2009), propone un minucioso desplazamiento por la vida cotidiana fijando cortes en la percepción y trazos para la interpretación. Las palabras quieren reflejar ni más ni menos que el hecho: si se fuma marihuana, sólo se fuma marihuana, no provoca mayor efecto que el acto de decirlo. El recorrido del narrador protagonista es el del joven y adulto ciudadano medio de la gran urbe (Buenos Aires): calles, bares, oficinas, dudosos amigos, amantes, esposas, continuo relato del desapego. No obstante, hay una serie de equidistancias y comparaciones, observaciones que viajando por el vacío de la narración finalmente se casan con otra. Cada tanto, el relato se cierra y, principalmente, se fija, aunque el intento sea el de constituir una narración “pura”, con poca escena: cada tanto ocurre que, por acumulación, empiezan a emerger nombres propios bastante convencionales (de novela natural) y objetos del consumo, sucesos mediáticos o episodios que afectan cierto tono sentimental del narrador. Uno termina preguntándose en qué papel se anotaron tantos hechos memorizados, en qué tiempo se escribe el relato y, por último, por qué el narrador oculta lo que oculta. Posiblemente, porque utiliza la narración para decir: yo no soy éste, cuando narra, y ésta es la verdad de la historia, cuando hay un silencio antes de que el relato vuelva.
Puntos de vista contrastados
(Reseña publicada en el suplemento Cultura del diario Perfil)
Por Patricio Feminis
En la combinación de intuiciones y temores, lo pasajero y lo inevitable, el asumir que sólo se puede dejar la rutina, tal vez, con fatalidad, está el peso de los miedos de ganarse la vida que ofrece Ignacio Molina en su primera novela: en tratar de ir más allá de las experiencias aparentemente nimias o contingentes de dos, tres, cuatro jóvenes (luego, algún otro, olvidado; alguien venido de Europa, uno de Mendoza; el que se quedó a pelearla en Buenos Aires luego de la crisis) entre los cuales oscila Los modos de ganarse la vida, con el buen oficio de quien sabe mirar lo cotidiano sin volverlo escándalo o artificio. El valor, aquí, está en los puntos de vista contrastados sobre el día a día cuestionado: un accidente podría detener las cosas o despertarlas; el amor podría irse, o una pareja reencontrarse; alguien, robar porque sí; un embarazo, ocurrirle a otra; unas vacaciones en la playa, tiempo muerto; un amigo de antes, recobrado, menos que nada.
Es la épica de lo particular, o sus posibilidades girando en las mentes correlativas de sus amigos -Luciano, Guillermo-: uno, contado en tercera persona; el otro, buscándose desde la primera, como puede, y cada uno lo que elige ver o irá viendo con su novia, con quien vive. ¿Demora uno en pensarse, en ponerlo en blanco? ¿Actúa, o está ahí para que las cosas ocurran? Molina no frena a su narrador para comprobarlo; no encierra intimidades en el tono del diario privado: el entorno y el mundo mismo debe modificarse con cada vínculo o decisión, como una compuerta abriéndose lentamente. No es casual que ciertos datos de contexto aparezcan sin muchas repercusiones directas en la trama: esa dificultad, en el relato, es la que han de vivir los personajes desde una ciudad grande y caótica, donde la rutina es fuga: algo más lejos, afuera -saben ellos-, podrían estar pasando otras cosas.
La naturaleza de lo cotidiano
(Reseña publicada en la revista The Gallery)
Por Cecilia Martínez Ruppel
En su primera novela, Los modos de ganarse la vida, el escritor y periodista Ignacio Molina desentraña los días y pensamientos de dos parejas comunes, pero particulares.
Leer un libro en el colectivo o en el subte, camino al trabajo, es parte de la rutina de millones de personas. Podría decirse que leer en el colectivo o en el subte Los modos de ganarse la vida, la primera novela de Ignacio Molina (1976), es como un cuadro dentro de un cuadro; la rutina dentro de la rutina, de personajes que podrían ser perfectamente como el lector promedio que viaja en el transporte público, buscando la salvación en la literatura. Porque desde el comienzo del relato, y también a lo largo, se sucede lo mismo, un ir y venir de acciones precisas y pensamientos que construyen una trama sencilla pero también densa, amena pero también confusa.
Dos parejas jóvenes son las protagonistas de esta historia, repleta de guiños locales. Un partido de fútbol entre amigos y conocidos, una pizzería porteña o la feria de libros de Parque Rivadavia pueden convivir con una playa en la costa, una cena entre parejas amigas, una borrachera solitaria en busca de respuestas o un viaje en tren una mañana soleada. Y todo eso, desde lo más cotidiano y agradable hasta lo más doloroso, sucede de la misma forma: naturalmente.
Con un ritmo que recuerda el estilo de otros escritores locales como Martín Rejtman, el tejidode las relaciones humanas crece hasta conformar un gran suéter que en momentos abriga, pero que en otros as fi xia.
El joven autor, oriundo de Bahía Blanca, ya publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (también por Entropía), el volumen de poemas Viajemos en subte a China (Pánicoel Pánico) y el ensayo Tribus urbanas (Kier). Además, administra el blog Unidad Funcional, trabaja como periodista y corrector de estilo y forma parte del colectivo literario El Quinteto de la Muerte. Con esta novela, tímidamente, Molina muestra que puede ser paciente y pescar en diferentes aguas para extraer de ellas diversos tesoros, disímiles pero también con un sello característico, que probablemente sea la nostalgia.
Por Cecilia Martínez Ruppel
En su primera novela, Los modos de ganarse la vida, el escritor y periodista Ignacio Molina desentraña los días y pensamientos de dos parejas comunes, pero particulares.
Leer un libro en el colectivo o en el subte, camino al trabajo, es parte de la rutina de millones de personas. Podría decirse que leer en el colectivo o en el subte Los modos de ganarse la vida, la primera novela de Ignacio Molina (1976), es como un cuadro dentro de un cuadro; la rutina dentro de la rutina, de personajes que podrían ser perfectamente como el lector promedio que viaja en el transporte público, buscando la salvación en la literatura. Porque desde el comienzo del relato, y también a lo largo, se sucede lo mismo, un ir y venir de acciones precisas y pensamientos que construyen una trama sencilla pero también densa, amena pero también confusa.
Dos parejas jóvenes son las protagonistas de esta historia, repleta de guiños locales. Un partido de fútbol entre amigos y conocidos, una pizzería porteña o la feria de libros de Parque Rivadavia pueden convivir con una playa en la costa, una cena entre parejas amigas, una borrachera solitaria en busca de respuestas o un viaje en tren una mañana soleada. Y todo eso, desde lo más cotidiano y agradable hasta lo más doloroso, sucede de la misma forma: naturalmente.
Con un ritmo que recuerda el estilo de otros escritores locales como Martín Rejtman, el tejidode las relaciones humanas crece hasta conformar un gran suéter que en momentos abriga, pero que en otros as fi xia.
El joven autor, oriundo de Bahía Blanca, ya publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (también por Entropía), el volumen de poemas Viajemos en subte a China (Pánicoel Pánico) y el ensayo Tribus urbanas (Kier). Además, administra el blog Unidad Funcional, trabaja como periodista y corrector de estilo y forma parte del colectivo literario El Quinteto de la Muerte. Con esta novela, tímidamente, Molina muestra que puede ser paciente y pescar en diferentes aguas para extraer de ellas diversos tesoros, disímiles pero también con un sello característico, que probablemente sea la nostalgia.
Llegás
(Recomendación de Fernanda Nicolini, publicada en la revista Llegás)
Como en su libro de cuentos, Los estantes vacíos, la prosa de Molina avanza en esta novela con cierto tono monocorde, mientras sus personajes -en este caso dos parejas en las que se irá alternando el punto de vista- entran y salen de sus casas, van a sus trabajos, se cruzan en la ciudad con otras personas, siempre sujetas a respetar la lógica de lo cotidiano. Hasta que algún detalle, alguna irregularidad, altera la supuesta apatía con la que se mueven y lo que parecía sencillo, ordinario, simple, se enrarece para mostrar lo extraño que puede ser lo más próximo.
(Puede leerse también acá)
Como en su libro de cuentos, Los estantes vacíos, la prosa de Molina avanza en esta novela con cierto tono monocorde, mientras sus personajes -en este caso dos parejas en las que se irá alternando el punto de vista- entran y salen de sus casas, van a sus trabajos, se cruzan en la ciudad con otras personas, siempre sujetas a respetar la lógica de lo cotidiano. Hasta que algún detalle, alguna irregularidad, altera la supuesta apatía con la que se mueven y lo que parecía sencillo, ordinario, simple, se enrarece para mostrar lo extraño que puede ser lo más próximo.
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viernes, 13 de agosto de 2010
Contratapa
Dos parejas, sumergidas en la cuadrícula repetitiva de los protocolos urbanos, enfrentan y sobreviven a la mecánica de la cotidianeidad. Su deriva en este universo en que todo parece fosilizado (las obligaciones, los diálogos, los desplazamientos) es el núcleo de esta primera novela de Ignacio Molina. Sin embargo, su mayor riqueza se encuentra en los intersticios por donde irrumpen las leves irregularidades sobre la superficie de lo ordinario para convulsionar una estructura uniforme sólo en apariencia.
Los modos de ganarse la vida podría en una primera instancia leerse como una epopeya de lo nimio, o una hermenéutica de la rutina. Pero se trata más bien de un entramado complejo en el que lo trivial y lo profundo confunden sus niveles, donde la minucia y lo definitivo se fusionan hasta conformar un único discurso que encuentra su cifrado en la disección obsesiva del entorno.
Alternando puntos de vista y apoyado en la personal prosa que marcaba sus cuentos de Los estantes vacíos, Ignacio Molina nos ofrece una narrativa que revela un postergado extrañamiento frente a lo más próximo.
Los modos de ganarse la vida podría en una primera instancia leerse como una epopeya de lo nimio, o una hermenéutica de la rutina. Pero se trata más bien de un entramado complejo en el que lo trivial y lo profundo confunden sus niveles, donde la minucia y lo definitivo se fusionan hasta conformar un único discurso que encuentra su cifrado en la disección obsesiva del entorno.
Alternando puntos de vista y apoyado en la personal prosa que marcaba sus cuentos de Los estantes vacíos, Ignacio Molina nos ofrece una narrativa que revela un postergado extrañamiento frente a lo más próximo.
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